¿Sabe que Gabriela está viviendo
en mi casa? Me pidió que la dejara un tiempo refugiarse aquí. Igualmente, está
yendo a trabajar. En los ratos en que me quedo solo reflexiono sobre todo lo
que me ha contado. No me gustaría albergar vivillos. A juzgar por su relato, al
departamento de la calle Andonaegui entraron sin forzar la puerta. Es evidente
que quien lo hizo tenía un juego de llaves. No ha llamado a la policía. Tampoco
quiere radicar la denuncia por temor, pues –sostiene- que pueden favorecer a su
perseguidor o perseguidora.
Pienso que su situación aquí no se puede extender más de allá
de una semana.
Hablé con mi amigo Olivera Báez.
Decidimos ir los dos hasta el departamento y ver qué hay de cierto en todo lo
dicho.
Quedé en encontrarme, esta mañana,
en Andonaegui y Juramento, alrededor de las 10. Como me quedé dormido e Hilda
había salido ha efectuar unas compras al supermercado, tuve que sacar el Morgan
y viajar hasta la Capital. Debo
reconocer, que a pesar de los largos años que tiene, el coche funciona una
maravilla. José Cittadini, el mecánico de Beccar, me lo mantiene a punto. Él
fue quien lo reparó, le hizo nuevo el motor y hasta fabricó un par de piezas
que le faltaban, cuando rescaté el automóvil de un garaje de la calle Sánchez de
Bustamante, en un estado deplorable.
Sigue aquí el día neblinoso y
húmedo. Antes de salir tomé las llaves de Gabriela, mientras ella dormía. Igualmente, no se asuste, el tema estaba conversado con la joven. Siguiendo la avenida Centenario, llegué bastante rápido a Juramento y Andonaegui. Allí, en la esquina, de
la derecha divisé la silueta escuálida y larga de Olivera Báez. Subió al coche
y mientras buscaba un lugar para estacionar, me dijo:
-Che vos siempre con este auto de
colección. Con esta máquina llamamos la atención en cualquier parte. ¿No pudiste tomar el
tren? Así disimulamos un poco….Andá a
saber si nos encontramos con algún matón o algo así…
Tenía razón, pero tener a Gabriela,
una desconocida para mi, en la casa me cansaba un poco. Era menester verificar
qué había sucedido y llevarnos algunas cosas, de ser cierto los hechos
contados.
Llegamos al edificio. Mientras
Olivera Báez obtenía información por el lado del encargado del edificio, yo
entraba al departamento. Le garanto que el lugar había sido revuelto. Eso era
evidente. En la cocina habían escrito alusiones al cuerpo de Gabriela. No había
obscenidades, tampoco usaron un lenguaje vulgar. Por el contrario, parecía un
verso de Baudelaire. Lo anoté.
A todo esto Olivera Báez
interrogaba al encargado, haciéndose pasar por inspector de la policía federal.
Cuando aparecí por las escaleras, mi amigo se despidió del hombre. Al salir me
dijo:
-Acá hay cosas que no se
entienden bien. No es la primera vez que le dan vuelta la casa a la piba-
Me sorprendió, su afirmación.
-El tipo me dijo que –continuó mi
amigo- en ese departamento han sucedido cosas extrañas. Desde el supuesto suicidio
de la madre, hasta incendios y peleas en el pasillo.
-¿Te dio mas datos?- pregunté.
- Mirá, nadie se suicida en
cuatro pedazos con una motosierra.
En silencio, subimos al Morgan y nos alejamos raudamente del lugar rumbo a San Isidro.